Spain of the Dead, (c) Gabriel Cordero Huertas / Dr. Worst

Spain of the Dead, (c) Gabriel Cordero Huertas / Dr. Worst
Con todo el cariño al equipo de rodaje de Juan de los Muertos

viernes, 20 de mayo de 2011

El dilema diabólico a las urnas

El dilema diabólico, pseudodilema o falso dilema, constituye una de las trampas falaces que se sirven de la lógica para destruirla. Recuerden aquella célebre paradoja del Barbero, que gustaba a Russell, si intentas resolverla ... te vuelves loco, recuerden la paradoja que mandó a Filetas de Cos a la tumba, aquel «todo lo que digo es mentira», pero si eso es verdad ... es que es mentira. Algo así pasa con la demagogia platoniana que a modo salvífico y religioso se impone en el ideario de masas de esta sociedad cansada, tanto por esas ideas cansinas, como de esas casi ni ideas. En la raíz de ese cansancio se encuentran movimientos como el de Democracia Real, u otros catalogadas rápidamente como antisistema. Como si antisistema fuera por definición algo «perverso» siendo así que el «sistema» pervierte a todos y a sí mismo. Sería largo debatir sobre eso, y lo único que interesa en este pequeño articulito es poner de manifiesto la inocuidad del dilema:

1.- Si no votas no eres ciudadano
2.- Si no votas, luego no te quejes ...
3.- Hay que votar a tal o cual, porque si no ganará el otro ...
4.- Nuestro sistema es el mejor ...
5.- Nuestro sistema es el «elegido» por todos ...

Con respecto a eso, claro está, se pueden dar respuestas bastante contundentes y casi tan breves:

1.- ¿Ciudadano de dónde? Nuestros problemas básicos pasan por aquello en que el modelo político nos convierte y nos aliena, así, que el problema es el Estado que nos subsume y que pretende omnímodamente perpetuarse, como todos los sistemas políticos, y pretende por ende que si no tenemos un lugar en él, definido por él mismo, no somos nadie. Frente a eso, decimos que hay muchos «alguien» y los que no son nadie son los que mejor se integran, pues nada tienen que oponer.
2.- Se reduce el argumento en parte al primero, y en parte a la visión salvífica del sistema político, como si este pudiera arreglar algo, o si realmente quisiera algo más que autoperpetuarse como ser homeostático que se mantiene parasitando a sus súbditos (la mejor palabra para identificar nuestro Estado, que para eso es un reino). Ni la crisis ni otros problemas sociales pueden caer bajo el ámbito de control del Estado, este ha cedido demasiado ya a organizaciones supranacionales y más aún, supraestatales. La economía liberal es otro sistema homeostático autoregulado que necesita de sus crisis para autoregularse y reconfigurarse. A algunas de esas crisis las hemos llamado Guerra Mundial (guerra civil europea que afecta a todo el mundo) . Algo tendríamos que haber aprendido de Kondratriev. Pero Kondratriev estaba en el lado del infierno, del enemigo, de los ateos, de los impenitentes, de los diabólicos, del poder oscuro de la fuerza o de lo que ustedes quieran. Era de «los otros». En una estúpida Europa, que todavía se pregunta si Rusia es «Europa» y cuando no lo hace es porque presupone que no, y en un estúpido Occidente que no parece recordar que la crisis de la Ilustración es generalizada, en sus dos vertientes y que tras la caída de la Unión Soviética no hay ganadores, sólo perdedores en ambos «bandos», un Occidente que no parece recordar que lo Soviético, la democracia directa, también son inventos ilustrados, que manejan las mismas categorías y ensayan sobre la misma base teórica. Un Occidente que aunque disimule, no cree en sus propias recetas, porque aún más, se cree responsable de los males del mundo por intentar exportarlas. Como si el mundo necesitase a Occidente para ir mal, o como si los perdedores fueran mejores sólo por serlo, síntomas todos de una decadencia predicha por Tucídides, con mayor visión sociológica que nuestros analistas políticos, que no muestran más que el camino está agotado y lleva hacia el colapso. El principio del fin. Por todo ello quejarse es precisamente no votar. Votar es legitimar el «sistema». Ese es el dilema diabólico, las dos opciones que se te presentan para elegir, como si no fuese posible elegir ninguna. Como si esas opciones abarcaran la Verdad Absoluta. La paradoja del barbero sólo tiene una solución: No existe el pueblo del barbero, así que la expresión en sí no tiene sentido, como no lo tienen, en general nuestras elecciones.
3.- ¿Y qué si gana uno u otro? ¿Qué cambiará? La crisis seguirá igual, la desculturización de la sociedad seguirá igual, todo seguirá igual. Salvo en casos concretos, en que los candidatos sean claramente criminales, lo mismo da votar a unos que a otros. De hecho, el principal motivo a veces para decantar el voto, es el contrario ... que nos interesa votar a candidatos criminales ... porque de forma fraudulenta nos van a beneficiar más a unos que a otros. Votar se convierte así en algo que o no vale nada, o nos convierte en cómplices. No votar es no aceptar el juego y no entrar en él. No se trata de criticar un programa político, si no a todos los partidos, al sistema de partidos tal y como está constituido en sí mismo, a la Ley electoral, a la Constitución como papel mojado, a todo. No hay protesta más potente que no votar.
4.- Nuestro sistema es el mejor engañabobos, aunque es tan burdo que cada vez engaña menos. Casi nadie vota ya con ilusión, y nadie elige lo que prefiere, solo elige no apoyar lo que más odia. Por otro lado, la Ley electoral y el voto útil, destruyen la razón y toda posibilidad de cambio. Nuestro sistema no puede cambiar desde dentro, mal que pese es necesaria su extinción, porque está senil y exhausto y porque si no se le deja morir, en el futuro puede acontecer una revolución, de esas que Europa ha perdido en la memoria de los tiempos, pero que no hace tanto que agitaban el continente entero. Un reajuste por estos medios sería dramático. Es mejor que el sistema se extinga que que reviente, sobre todo habiendo como hay a las puertas quienes esperando están a lucrarse con nuestros despojos. Nuestro sistema no es el mejor, jugar sus reglas, sin embargo le ayuda a mantenerse entre estertores.
5.- ¿Quién eligió nuestra Constitución? Esta se presentó como texto escrito, es tan ambigua que carece casi de fuerza normativa, es contradictoria, no acabó con el terrorismo, no acabó sino potenció las aspiraciones independentistas de los nacionalismos (no unió como se dice, sino separó absolutamente) , no aumentó la eficiencia del estado sino disparó el gasto en su desarrollo, pero además, este texto impuesto, sobre el que sólo se podía decir «si, o no» y había que aceptar el lote entero ¿quién de los ahora votantes lo votó entonces? ¿El sistema político de nuestros abuelos o si acaso padres habrá de ser inamovible? Eso es lo que lo explica todo entonces ... tenemos un sistema político zombi, unas reglas que son muertas vivientes, gobiernan a través de ellas quienes ya han desaparecido. Un trozo de papel heredado que es más importante que millones de personas presentes. Y votar es darle valor.

Un falso dilema es aquel que presenta dos proposiciones excluyentes, pretendiendo que hay que elegir una, y hace que el receptor se olvide de que en realidad hay otras opciones, como la sencilla de no elegir ninguna. Los gobiernos de este país son todos moralmente ilegítimos. Es necesario que sean también políticamente ilegítimos en sus propios términos, para que puedan ser desestimados sin más, si no , se autoperpetuarán mediante retórica y empleo de la fuerza cada vez mayor y de un hiperreglamentarismo que ya desde hace mucho es asfixiante, en un proceso de «feedback» que hará más violenta su destrucción en las décadas venideras.

No votar, o votar en blanco es hoy la opción más transgresora.